lunes, 7 de enero de 2013

Historia de una escena porno a la orilla del Tormes

   Ahora les contaré a ustedes una historia que empieza en la década de los años cuarenta y la finalizaremos casi diez años después.
    La imagen con la barcaza del Tormes es orientativa porque la escena que describimos sucedió en la otra orilla del río.
   Allá por los años cuarenta y tantos del pasado siglo había  también veranos y había, por supuesto, primaveras y los niños del pueblo correteábamos por sus calles y plazas y nos bañábamos en la pesquera grande y en la pesquera chica y en algunos casos nos largábamos hasta el Tormes.
   Nosotros teníamos un tío que vivia en Sevilla. Era primo de mi madre y de mi tía María y también eran parientes todos ellos de tio pitorrillo, el señor que tenía la huerta más preciosa a la orilla del Tormes en la parte de Cespedosa. Todos los sábados del año iban al mercado de la plaza de Guijuelo con los productos de la huerta que, dicho sea de paso eran estupendos. La huerta era su vida.
   Mi tío Moisés, que así se llamaba mi tío el sevillano, cada vez que escuchaba la palabra Cespedosa se reía a carcajadas y si le preguntabas porqué siempre te contestaba lo mismo...- Es que me acuerdo del cura. Ahí se terminaba todo y nunca nos contaba más sino que seguía con las carcajadas.
   Cuando yo escuché por primera vez aquello de supercalifragilisticoespialidoso me acordé de Cespedosa y comprendí el porqué una sola palabra puede inducir a traer carcajadas a porrillo. Eso fue, entre otras muchas cosas, la mejor herencia que pudo dejarme mi tío el sevillano. Si alguien en mi presencia ha mencionado la palabra Cespedosa se habrá dado cuenta de que me entra la risa tonta pero nunca le he contado a nadie nada más que lo mismo que decía mi tío...- Es que me acuerdo del cura. También me acuerdo de mi madre y de mi tía.
   Decir Cespedosa en presencia de mi tío era como hacerle cosquillas, primero esbosaba una sonrisa y luego reventaba en carcajadas. Con el paso de los años también le pasaba lo mismo a mi tía Úrsula, su esposa, lo que interpretamos como que le había contado el secreto a su mujer y pensamos que tal vez ella nos lo contaría pero na de na, seguían manteniendo el secreto y ambos seguían también con la misma cantinela... Es que me acuerdo del cura. Pasado algún tiempo me lo contaron pero estoy seguro que a nadie más y solamente yo conozco lo sucedido pues todos los que lo sabían han fallecido. 


   Estos dos niños, sin ellos saberlo, fueron los principales protagonistas de la historia que vamos a contarles. Durante la década de los cuarenta que ya dijimos más arriba, ellos cumplirían entre cuatro y catorce años y durante todos aquellos años, mis queridos tíos Moisés y Ursula pasaban sus vacaciones en el pueblo. Mi tío solamente contaba con mi madre y mi tía María como parientes. No tenía padres, no tenía hermanos y en el pueblo poseía algunas propiedades valiosas como era el molino o  aceña en el río Tormes y muchas tierras por los alrededores que llevaban en arriendo los molineros hasta que, cierto año, acordaron la compra venta de todo.
   Aunque os pueda parecer pesado por alargar el relato en demasía, os confieso que es necesario conocer a todos los personajes de la histora para ponernos en situación ante la tragedia que se avecinaba y no seáis impacientes porque todo llegará a su debido tiempo.
   Mi tía Úrsula era andaluza, la más guapa de toda Sevilla, más lista que el hambre y más alegre que unas castañuelas. Los veranos que pasamos en su compañía son inolvidables y toda la familia, vecinos y amigos éramos más felices cuando estaba ella. Sabía más cuentos y más chistes de los que la enseñaron porque ella misma se los inventaba o los adaptaba a la situación. Aunque los niños siempre hemos sido muy pesados cuando nos están divirtiendo y aunque siempre decimos... otro, otro, otro, ella nunca se cansaba o como mucho cambiaba de rollo y decía... vamos niños, vamos, todos a la mesa que nos hacemos una merienda y allí estaba ella en la lumbre, con una plancha de hierro sobre los carbones haciendo unas tostadas con unas buenas rebanadas de pan. Siempre tenía nata que recogía en un tazón cuando cocía la leche y a veces hacía matequilla para todos porque mi madre y mi tía también le recogían la nata. En la cocina era una artista y cuando nosotros la estábamos mirando se movía cantando y bailando para hacernos reir.
   Nos situamos ahora en el verano del año cuarenta y siete del pasado siglo y los pequeños de la foto, Moisés y Ángel, habían cumplido ya once y nueve años. En el mes de Septiembre de ese mismo año ingresarían, por voluntad familiar y por vocación de servicio a sus semejantes, en el seminario diocesano de Arenas de San Pedro donde ya cursaban estudios otros jóvenes del pueblo como Paco, Jesús, Martín y Pablo entre otros.
   Ese verano fue muy ajetreado para toda la familia. Mis tías, hermanas de mi padre, se dedicaban a la costura y preparaban las maletas o baules para los niños que deberían llevar varias camisas, camisetas, calzoncillos, calzonas o pantalones, calcetines, pañuelos y lo más importante... dos sotanas de quita y pon porque siempre siempre desde el ingreso vestirían como sacerdotes.
   Vean una foto de aquel mismo año con los niños demostrando en su expresión la vocación que les embargaba.

 Como se puede ver en esta foto, mi hermano Ángel era igual de alto que yo aunque tenía casi dos años menos. Con el paso de los años siguió creciendo y en poco tiempo era más alto que yo y más guapo.
   La señora Nati, nuestra madre, era la cartera del pueblo y entre el trabajo de la casa y el reparto y la preparación del ajuar de los niños llevaba todo el verano inaguantable, a veces llorando como una magdalena y a veces riendo en plan histérico sin venir a cuento y comiéndose a los niños a besos.
   Mi tía María, su hermana, parece ser que era la única que conocía el secreto pero nosotros, por aquel entonces no nos enterábamos de nada. Recuerdo, eso sí, que aquel verano estuvimos todos los días estudiando como locos y por las tardes íbamos al salón de baile que lo tenía mi tio Jesus y allí nos daba clase y nos enseñaba mi primo Jesús que por aquellas fechas tendría unos dieciséis años y ya llevaba cinco en el seminario. Nos preparábamos para un examen de ingreso que si no lo pasabas pues no te admitirían.
Mi madre y mi tía María parece ser que se traían algo entre manos y cuyo secreto pensaban llevarse a la tumba. Es por eso que cuando mi madre se ponía de los nervios, solamente encontraba consuelo en su hermana.
   Es bien cierto que las dos hermanas se llevaron el secreto a la tumba y mis tíos los sevillanos hubieran hecho lo mismo si no fuera por una veleidad del destino que hizo coincidir muchas casualidades  para que yo me enterase de todo. Les voy a contar con pelos y señales todas las circunstancias que se dieron para que llegase a mi conocimiento el secreto tan guardado de las dos mujeres y las carcajadas de mis tíos cuando escuchaban a alguien mencionar Cespedosa.
   Cierto verano, no recuerdo bien cuando, mis tíos se animaron a vender todas sus propiedades en el pueblo, incluída la casa porque habían decidido comprarse un chalecito en la serranía de la provincia de huelva y durante algunos años no volvieron a pasar los veranos al pueblo pero si venían alguna vez de visita familiar rápida. Una de esas visitas fue cuando yo había cumplido ya dieciocho años y precisamente cuando la economía local y familiar estaba un poco de capa caída.
   Entre mi padre y mi tío lo habían hablado y me comentaron que si a mi me parecía bien me iría con mis tíos a Sevilla a trabajar. Al parecer mi tío lo tenía bastante fácil porque era el director de un Banco y tenía muchas amistades entre los industriales. Tengo necesidad de contar algunas intimidades de mis tíos para que podáis haceros una idea de su forma de ser y de lo maravillosos que fueron toda su vida.
   Ellos vivían en el centro de Sevilla, junto a la alameda de Hércules y al ladito de la calle Sierpes. Tenían un piso enorme de grande porque desde que se casaron se fueron a vivir con ellos las tres hermanas de mi tía, dos de ellas mayores y las tres toda la vida solteras. Después tuvieron cuatro hijos, dos niñas de la misma edad que yo y mi hermano, luego un chaval que por entonces tendría catorce años y otra chica de once o doce. En una casa donde ya vivían y convivían en buena armonía nueve personas no le pusieron remilgos a admitir un familiar lejano. Esto solamente lo digo para que tengáis una idea de su manera de ser y comportarse.
   Desde el primer día estuve trabajando en las oficinas de una empresa llamada "Galvanizaciones Andaluzas" y mi tía me administraba la paga como una buena ama de casa (esto para tus gastos, esto para cuando haya que comprarte algo de ropa y esto para guardar) pero todo, todo para mi solito. Mi tía era un tesoro. Como ya habían pasado seis o siete años desde los acontecimientos del Tormes, allí nadie se había vuelto a acordar de Cespedosa. Hasta que ocurrió el milagro.

   
(II) "Galvanizaciones Andaluzas" era una empresa dedicada a la fabricación de calderos y baños como los que teníamos todos en nuestras casas para sacar el agua del pozo o para bañar a los niños al sol en el corral. La fábrica y las oficinas estaban muy cerquita de casa y a las afueras estaban las piletas de zinc donde algunos obreros se dedicaban a introducir y darle uno o dos baños al material fabricado. A los pocos días me dijo mi tío lo satisfecho que estaba porque hablando con el dueño le había comentado que todos en la oficina estaban encantados conmigo. En algunas ocasiones yo hacia de chico de los recados para llevar o traer papeleo. Calderos y baños se fabricaban por miles y se vendían a toda España.
   En la foto tenemos el palacio de la exposición porque hubo una Expo en Sevilla con anterioridad a la que todos recordáis. En este lujoso palacio y en su salón principal se hacía baile todos los Domingos al mismo estilo que el baile del pueblo y aquello fue la única diversión, alternada con algún Domingo de cine, que yo disfrutaba en Sevilla y guardo del palacio y del cine muy gratos recuerdos. También es verdad que con dieciocho y diecinueve años se lleva la alegría en el cuerpo.
   Un día ocurrió un milagro. Mi tío Moisés llegó muy tarde a comer porque, como ya había avisado, tenía una reunión importante a última hora en el Banco con los directivos del Betis para firmar los documentos de un importante crédito que el Banco concedía al equipo sevillano. Entró alegre y sonriendo como si hubiera conseguido el negocio más importante de su vida. Más tarde nos contó de qué iba la historia cuando su señora esposa le comentó que ya habían estado tomando unos vinitos.
   Y sí, confesó que habían estado tomando unos vinos y unos pescaditos pero la risa tonta que se le escapaba era por otra cosa. A renglón seguido nos contó la escena. En el gran salón de juntas del Banco estaban por una parte él mismo, su secretario particular y el segundo de a bordo o interventor para autorizar el crédito, por la otra parte el presidente del club, otro directivo y dos industriales importantes para firmar como avalistas. El secretario leyó en voz alta los documentos y una vez enterados empezó a solicitar la firma a los asistentes... Señor fulano, por favor firme aquí, señor cetano, por favor firme aquí, señor CESPEDOSA, por favor firme aquí y así uno por uno hasta que todos firmaron. Mi tío, según nos cuenta llevaba minutos tapándose la boca aguantando la carcajada.
   Cuando oyó decir señor Cespedosa no podía aguantar la risa y terminó explotando. Luego como disculpa no tuvo más remedio que contarles la historia mientras salían del Banco camino de la cafetería a donde llegaron todos riendo. Con esta alegría en el cuerpo, más unas copitas de vino y unos pescaditos los directivos béticos hicieron entrega a mi tío de un carnet especial como socio perpetuo para ver los partidos desde el palco de autoridades.
   Con mis dos tíos riendo a carcajadas y yo con la cara de pocos amigos, aproveché la ocasión que me brindaban para preguntar cuando tocaba que me contasen a mi la historia porque seguía ignorando el porqué de las carcajadas, 
   .-Eso, eso, que te cuente tu tío mientras yo voy preparando la merienda para cuando lleguen los niños y aprovecha la ocasión para tirarle de la lengua porque lo más seguro es que te lo cuente a medias.
   .- Está bien, está bien, te cuento, dijo mi tío y así es como pude yo enterarme de lo que ocurrió ocho o diez años antes, el verano anterior a nuestro ingreso en el seminario de Arenas de San Pedro.
   .- Pues mira hijo, decía mi tío mientras largaba una bocanada de humo de su enorme puro... Resulta que al pasar aquel verano se os terminaba la buena vida que proporciona el cobijo de los padres y era normal que tu madre estuviese tan preocupada pero no hasta el punto de enfermar de los nervios.
   Tu tía María que era la única que sabía lo que pasaba no quería decirnos nada sino aconsejarnos que lo dejásemos estar, que no tenía ninguna  importancia y en poco tiempo se le pasaría. Pasaron los días y llegó el Domingo que, como todos los años y en familia, nos íbamos todos al Tormes a pasar el día, a cobrar las rentas del molino y las tierras y a comer todos juntos en la huerta de tio Pitorrillo.
   Aquel Domingo nos cambió la vida y a mi en particular, decía mi tío, me cambió la visión del mundo. Por una parte no podía imaginarme que fuese cierto lo que me contaban y por otra parte no podía imaginarme que fuese una broma. Tu madre y tu tía María estaban convencidas o medio convencidas de que a los niños que iban al seminario para ser curas les capaban y estaban determinadas a realizar ellas dos la tarea para evitar males mayores.
   Llevaban tiempo cabilando entre ellas lo que luego nos contaron. Antes de nada, tu madre le contó a su hermana el problema que le amargaba y tía María le comento que había que asegurarse. .- Pregunta a tu cuñada, le decía, que su hijo ya lleva cinco o seis años en el seminario. .- Ya le pregunté, decía tu madre, pero me tiró de casa con cajas destempladas y llamándome loca. Tú estás loca, me decía, como quieres tú que le pregunte al muchacho??? pero al fin y al cabo no me dijo nada, ni que sí ni que no.


   Una tarde, según me contaron ellas después, a la salida del rosario no se fueron como otras veces a la ermita sino que se fueron a la sacristía y tuvieron una charla secreta con el cura del pueblo como si estuvieran en confesión porque les prometió que les guardaría el secreto como si estuviera confesando.
   Le contaron sencillamente lo que les pasaba y las muchas dudas sobre la verdad o mentira del asunto porque se rumoreaba que sí pero también se rumoreaba que no porque más de un cura había tenido hijos.
.- Así es hijas mías, les decía el cura, más de uno y más de dos están desprestigiando a la iglesia con esas conductas a todas luces obscenas, pecaminosas y reprobables. Además de mi palabra de que no estamos capados, esa es una prueba irrefutable.
   De irrefutable nada porque tía María era muy cabezona para esas cosas y aunque no tuviera muchos estudios, en eso de capar o castrar animales sabía más que nadie. Ella había capado en su vida muchos cerdos y muchos pollos y algún perro que otro y todo ello con éxito porque en ese oficio era una catedrática o como se dice en el pueblo era una eminencia.
.- No. señor cura, perdone que le responda pero en el oficio de capaor que nos ocupa hay muchos aprendices que no saben hacer bien su trabajo y siempre se les escapan algunos muy mal capados que luego tienen descendencia y es por eso que seguimos sin estar seguras de nada y además hay muchos inútiles que hacen sufrir a los animales sin necesidad y nosotras no queremos que nuestros niños sufran por lo que hemos decidido que si hay que hacerlo lo haremos nosotras.
.- Queremos, eso sí, le dijo tu madre que estaba muy nerviosa, estar seguras de si hay que hacerlo o no hacerlo y por eso le pedimos por favor, si no es mucho pedir, que nos permita mirarle para estar seguras de que es mentira como usted nos dice o si es verdad como dice la gente.
   Según me contaron, el cura hizo lo mismo que su cuñada la del hijo casi cura. Las echó de la sacristía todo enfadado porque pretendieran mirarle la entrepierna y porque no creyeran en su palabra. Fuera por lo que fuera, las dos mujeres se fueron lo mismo que habían venido, con las mismas dudas o casi convencidas de que era cierto lo del capao porque cuando no se lo enseñaban por algo sería.
   Ahora te cuento porqué a mi me lo contaron y porqué yo se lo conté después a tu tía Úrsula que casi me pegaba cada vez que me reía sin decirle lo que pasaba. Aquel Domingo de aquel verano que fuimos a la aceña y a la huerta del tío Pitorrillo, resulta que ya habíamos terminado de comer y tanto los mayores como los chiquillos estábamos por la huerta, unos sentados a la sombra de los árboles y otros correteando con los perros. Se habían quedado en la casa tu madre, tía María y la señora de la casa recogiendo las cosas y fregando.

  
   Aquel Domingo estuvo comiendo con nosotros un señor cura que era familiar de los señores de la casa y aunque no sabemos donde ejercía sus labores parroquiales por lo menos nos dijo que el rosario de las cinco en Cespedosa había quedado a su cargo y por eso nos despedía amablemente y se quedó en la casa recogiendo sus cosas.
   .- Creo que recordarás, me decía mi tío, la pequeña escopeta que nos llevábamos siempre a todas partes en vacaciones.
.- Imposible de olvidar, le comentaba yo, dado que durante muchos veranos disfrutamos de la escopeta todos los sobrinos. (precisamente este pasado verano,  con más de setenta años a la espalda, me lo comentaba mi primo Mere). Era una escopeta pequeña pero funcionaba como todas las grandes de caza, con cartuchos de perdigones pero de menor calibre, pienso que fue ideada para que las autoridades permitieran su uso sin permisos especiales. Posiblemente no fuese práctica para cazar conejos o perdices que nunca cazamos pero los tordos y gorriatos que eran nuestras piezas preferidas supieron de nuestra puntería. Cuando una bandada se posaba en un árbol no era necesario apuntar mucho y con un disparo cobrábamos varias piezas.
   .- Pues en eso estamos, que sin saber nada por aquel entonces de todo lo que te he contado, resulta que se me ocurrió volver a la casa a buscar una caja de cartuchos para la escopeta. Ahora vas a enterarte, seguía diciendo mi tío, del porqué de tantas risas y luego tú, si quieres te ríes o si quieres lloras. 
   .- Al entrar en la casa me topé de golpe y porrazo con la escena que ni por asomos podía imaginarme. El señor cura de pie en medio del comedor con las dos manos en la cintura arremangando la sotana y con los pantalones por los suelos, las tres mujeres con las narices metidas por su entrepierna y palpando minuciosamente sus atributos varoniles y uno de los perros dando vueltas y ladrando. La cara que se me quedaría debió de ser un poema, no sé si colorada o blanca y con los ojos como platos.
   .- Eh, oiga señor, que no es lo que se imagina, que estas mujeres son unas liantas y querían saber si estaba capado. Dios mío, Dios mío. Si lo sé no vengo, si lo sé no vengo. Tia Maria seguia comprobando si encontraba cicatrices que pudieran delatar la existencia de una operación mal terminada para cerciorarse o al menos eso es lo que nos dijo ella.
   Me parece que tardé un tiempo en reaccionar pero después de aguantar lo que pude creo recordar que me senté en una silla porque me caía de las carcajadas. Pasados unos minutos ya estábamos todos charlando y riendo, prometiendo que no se lo contaríamos a nadie y conteniendo las risas cada cual como pudo, nos fuimos largando a lo nuestro. Las mujeres volvieron a sus fregaos, el cura se fue a sus rosarios y yo con los cartuchos para la caza.
   .- Cada vez que oigo Cespedosa se me representa la escena. Siempre me río porque me acuerdo del cura desconcertado y todo aturrullado queriendo disculparse mientras, todo nervioso, se subía los pantalones y se bajaba la sotana. Era una tragedia.
   .- Bueno, bueno, decía mi tía Úrsula cuando volvió al comedor con nosotros. ¿Seguro que te lo ha contado todo? Yo creo que no. Lo más seguro es que no te haya dicho que otra vez que estuvimos en la casa comiendo fue él quien se acercó a la cocina donde estaban las tres y desabrochando el cinturón les dijo. Qué! ¿Quieren comprobar si estoy capao? Pobrecito mío que tuvo que salir corriendo de la cocina a sartenazos. Eso no te lo ha contado.


   .- Pues no. No se lo había contado, decía mi tío, Pero tampoco le había contado otras cosas que le pienso contar ahora. ¿Te acuerdas, me decía, de cuando estábamos en el bar y venían a buscarnos tu madre y tu tía.?
   Demasiado bien me acordaba yo de todos aquellos veranos que pasamos juntos en el pueblo y nunca olvidaré aquellas noches en el bar cuando nos juntábamos amigos y familiares con mi tía haciendo de profesora de sevillanas que pretendía enseñar a todo el mundo. Los mayores, que conocían algo de mundo, comentaban que aquello era muy parecido a los tablaos flamencos de las ciudades.
   .- ¡ Viva Sevilla y olé... Viva Triana !... En algunas ocasiones hasta teníamos espectadores en las ventanas.
   .- ¡ Camino de la feria... de Santiponce, de Santiponce... Iba una gitanilla... color de bronce, color de bronce !
   .- Sevilla será Sevilla... mientras haya vino y flores... y mujeres y penillas... y hombres que sepan de amores... y canten por seguidillas.
   Con sus treinta y tantos años, mi tía era incansable y si mi madre no se animaba a bailar sevillanas, la cogía de la cintura y entonaba un vals al que ella ponía música y letra.
   .- Pues toca el vals Pepito... Pepito toca el vals... (luego ponía voz de niño) y...
.- Ay mamá, como quiere usté... que toque yo ese vals... si es la primera vez... que escucho yo ese vals...
   .- Pues toca el vals Pepito... Pepito toca el vals... Toda esta fiesta y mucha más la armaba mi tía ella sola porque disfrutaba haciendo felices a los demás.
   Los hombres, mi padre, mi tío y Colás Baranda eran inseparables y por las noches se iban a tomar unos vinos mientras las mujeres se quedaban en casa haciendo la cena pero algunas veces, mi tía Úrsula venía por casa...
   .- Nati, ponte guapa que nos vamos con los maríos y si mi madre ponía pegas... que si los niños, que si la cena, que si tal o que si cual... Nada, nada, que los niños también se vienen y luego iban a buscar a Pura la de Baranda y si cuando llegaban al bar estaba tio Mariano Longinos pues se iban las tres a buscar a tía Petra y no se llevaban más mujeres porque el otro de la cuadrilla era tío Juan el Jaro y estaba viudo.
   .- Pues mira, hijo, me seguía contando mi tío, cuando tu tía se enteró de la escena de la huerta, en más de una ocasión se iba de la lengua y aunque nadia supiera de qué iba la cosa, cuando veía triste a tu madre le decía a voces...
   .- Vanos Nati, alegra esa cara que a lo mejor tenemos suerte y esta noche les miramos si están capaos. Mi tía me decía que eso se lo había inventao él. Posiblemente se lo inventaría pero no sería de extrañar que fuera cierto